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Prólogo

            Cuando, tras aceptar el ofrecimiento que gentilmente me hizo la fundación Ricardo Delgado Vizcaíno a principios de 1.997, empecé a buscar leyendas en los pueblos de Los Pedroches, me encontré enseguida con una doble contrariedad: de un lado, los habitantes de esta comarca no me contaban leyendas, sino chascarrillos, anécdotas antiguas y cuentos; de otro, las pocas leyendas que pude encontrar (Pedroche es excepcionalmente pródigo en ellas) ya estaban recogidas en libros editados o que estaban a punto de editarse. Como los cuentos y chascarrillos me parecieron tan dignos de salvarse del olvido como la leyendas, propuse a los directivos de la mencionada fundación un cambio en la orientación del trabajo que me fue rápidamente aceptado.
            A finales de 1.998 disponía de una nutrida colección de cuentos o algo parecido a cuentos que quizá hubieran podido constituir por sí mismos el material de un libro, sin otra intervención ajena que una profunda corrección. Lo que el lector tiene entre sus manos es, sin embargo, algo muy distinto: el volumen se compone sólo de dieciocho cuentos y su parte más voluminosa se corresponde con lo que bien podrían llamarse adaptaciones libres de ellos, realizadas -seguramente de forma temeraria- por quien, debiendo ser más investigador que escritor, ha acabado cometiendo la vanidad de ser más escritor que investigador.
            Alguna razón hay, no obstante, en mi descargo. La principal, que la recopilación no es un todo dotado de unidad, sino incoherente y disperso, en el que caben cuentos largos y cortos, chistes, chascarrillos, anécdotas antiguas y otras no tan antiguas; historias de Quevedo junto a historias de animales humanizados y cuentos religiosos junto a cuentos eróticos y aun obscenos o pornográficos. Era necesario, a mi juicio, dar unidad y credibilidad a los personajes, enmarcarlos en un mismo tiempo, dotar a la narración de un ritmo parecido y convertir a los que no eran estrictamente cuentos en relatos que desarrollaran una historia.
            Convencido de ello, extraje de entre todo el material recogido los elementos más significativos o representativos bajo los siguientes criterios de selección: primero, deseché todos los cuentos no originales o sospechosos de no serlo, los protagonizados por reyes, príncipes y princesas, por no parecerme coherentes con el resto de la obra y porque siempre he dudado de su originalidad, los de animales humanizados, con los que bien podría hacerse otro libro similar a éste, y los que eran demasiado obscenos como para encajar sin destrozarlos en una unidad que iba por otros derroteros. Luego, escogí cuentos que representaran al mayor número posible de pueblos y, dentro de cada pueblo, los que representaran al mayor número de personas que han tenido la gentileza de colaborar conmigo contándomelos (de esa manera, si hay pueblos que no están representados por cuento alguno es porque yo no tenía ninguno que los representara o, al menos, que los representara dignamente).
            Entre el cuento original y el cuento final hay considerables diferencias, y no sólo de cantidad, que el lector podrá comprobar porque ambos vienen recogidos en este libro. Y es que, al igual que me parecía necesario adaptar el original, no me parecía ético hurtarle ese original al lector. De manera que en el libro aparece, primero, el cuento adaptado y, a continuación, el cuento original, al que le he hecho sólo unas mínimas correcciones para quitarle los peores yerros del lenguaje oral.
            Quienes me contaron los cuentos, por lo general personas mayores, me aseguraron habérselos oído a su vez a personas mayores cuando ellos eran jóvenes: no puedo hacer otra promesa de estricta originalidad que ésta. Sé que quizá entre los dieciocho que componen este volumen se haya colado una historia que es parte de un libro o que ya estaba escrita de algún modo. Yo mismo he debido desechar algunos por esta razón. En otros, como el El malcriado, que me contaron en Villaralto y está incluido en este volumen, la historia es tan común que no puede decirse que salga en un libro, sino en muchos, ya que no es una historia popular de Los Pedroches, sino de todas partes y de siempre (obsérvese que el título no es Cuentos populares de Los Pedroches, sino el menos pretencioso Cuentos de los Pedroches).
            Después de esta selección, aún me quedan bastantes cuentos con posibilidades. Si a ellos unimos los que espero recoger en el futuro, bien podría haber otro volumen con cuentos de Los Pedroches que siguiera a éste. Dependerá mucho de la aceptación que tengan estas páginas y de que se quiebre esa tendencia natural en todo escritor de buscar salidas nuevas a su vocación.
            Pozoblanco, junio de 2000.

 

Agradecimientos

           Agradezco a Luis Lepe Crespo, Antonia Tirado Moreno, Miguel Romero Ruiz. Manuela Margarita Ruiz Blanco y Ponciano Quebrajo Benítez la colaboración que me prestaron en la búsqueda de cuentos originales.

 

Dedicatoria

        A las gentes de Los Pedroches, especialmente a las gentes de Torrecampo.