La visión de la muralla

Debimos caminar aún varios kilómetros entre un gentío disparejo hasta llegar a las afueras de la ciudad y toparnos con la visión directa de la muralla, que se elevaba, majestuosa y resplandeciente, más allá de un descampado de unos tres kilómetros de anchura en el que pululaban cientos de miles o quizá millones de mujeres y hombres desarrapados. Los que estaban más cerca de la barrera se afanaban poniendo en práctica ideas distintas para sobrepasarla, como construir titánicos castillos de madera, levantar escalas interminables con las ayuda de cuerdas, acumular piedras y tierra para formar rampas tan grandes como la falda de una montaña o excavar en el suelo agujeros profundísimos para intentar superarla por debajo de sus cimientos. Entre los que trabajaban, había algunos solitarios desesperados, pero la mayoría constituían grupos de variado tamaño que bregaban dentro de una organización, como hormigas. Y entre todos ellos, también se veían cuadrillas de individuos que se dedicaban a recoger los cadáveres y eliminarlos en piras.