El palacio de Rodas

El palacio tenía por aquel lado una entrada desproporcionadamente pequeña que representaba el acceso a la sabiduría. En la piedra del dintel, se había grabado con letras esmeradas el siguiente texto: «La Manipulación es la ciencia que no enseña lo que otro no quiere aprender. Estúdiala y podrás practicarla». La puerta estaba abierta, como siempre lo había estado. Yo, que no soy alto, hube de agacharme para entrar, y agachado crucé un pasillo bajo, estrecho y tortuoso que simbolizaba el sacrificio del estudio y la entrega que los hermanos debían padecer durante sus primeros años en la Logia. En las piedras de las paredes había inscripciones sobre las que caía la luz por reducidas lumbreras. Una de ellas decía: «Tomad el poder y dejad la felicidad para el pueblo». En otra podía leerse: «Predicad el bien común y buscad el de la Logia». En otra: «No cumpláis nunca vuestras promesas». Y en otra: «Halagad y desconfiad del que no os halague». Había muchas más, todas de similar contenido, de forma que la veintena de metros que tenía el pasillo parecía la síntesis de un catecismo de memorización obligatoria. El pasadizo terminaba en un arco de medio punto que simbolizaba el paso previo a la entrada en la organización y en su amparo. Una lucerna iluminaba aquí esta inscripción: «Hermano, piensa que un asesino de los nuestros es antes de los nuestros que asesino».