Genoveva

A Genoveva le llovieron las ofertas para hacerle entrevistas y aceptó todas las que pudo: en los telediarios, como si fuera un ministro o un futbolista, en los programas de salud, como si fuera un médico, en los de ciencia, como si fuera un científico y, entre otros, en los de cocina, como si fuera un cocinero, y allá donde iba decía que no entendía, que ella era proletaria y no entendía, que no entendía de cocina y que en su casa se comían platos preparados, que no sabía lo que era la ciencia ni para qué servía, que no sabía de deportes ni había practicado ninguno en su vida, que no entendía más que de escobas y fregonas, y que en ese no entender estaba la justificación de que tanta gente la quisiera, porque ella era como la gente, la gente no entendía lo que de complicado tiene el mundo, pero entendía de lo suyo y de los seres que la querían, de sus dolores y de sus frustraciones, de esas naderías que pueblan el alma de cada uno, que solo cada uno conoce y que se esfuman para siempre cuando morimos. Hilaba tan bien su no saber, los sabios parecían tan necios ante ella, que, tras oírla hablar, la ignorancia se enjuiciaba como lo más recomendable para salir de las crisis más extremas, fueran personales, empresariales, políticas o sociales.

 

 

Los profesionales de la comunicación, que en sus entrevistas a la limpiadora se habían deslizado hacia el lado más hortera del personaje, volvieron a leer el artículo y encontraron que, efectivamente, trataba de economía. Cuando le preguntaron a Genoveva por sus estudios sobre esta materia, ella, lejos de permanecer callada, respondió mezclando ideas como el precio del bacalao en el comercio de la esquina, los puñados de garbanzos que se necesitaban en una receta de cocido para cuatro y los caldos que podían hacerse para aprovechar las sobras de los guisos con indicadores como el PIB, el IPC, la tasa de paro y otras variables esenciales para diagnosticar la salud económica de un país de los que no conocía más que el nombre, por haberlos leído en la revista de su sindicato, en la que ella, a pesar de todo, había escrito varios editoriales sobre macroeconomía. Y lo hizo tan bien, que nadie se aventuró a rechistarle, y con tanta elocuencia, que la reclamaron de las tertulias políticas más escuchadas de la radio y de la televisión.

 

 

Habló del machismo sin llamarlo por su nombre, del feminismo sin denominarlo así, de una original variedad de machismo que practicaban las feministas más fanáticas cuando de predicar sobre el feminismo se trataba, del lenguaje políticamente correcto que obligaba a distinguir el masculino del femenino, del lenguaje políticamente correcto aplicado a la poesía, en particular cuando el verso tenía rima, aunque también habló del verso libre, del que puso ejemplos políticamente correctos y políticamente incorrectos, y al hablar de versos se acordó de las letrillas de unas canciones con las que su madre la despertaba los días de fiesta, que entonó obstruida por la emoción, es por mi madre, se excusó, mi madre no es machista ni feminista, dijo, lo que le sirvió de soporte para hablar de la educación, causa fundamental del machismo y único medio para su solución final, y dio la impresión de que aquí iba a tomar el cauce adecuado de la respuesta, pero en vez de ir río abajo se remontó a los orígenes y habló de que la educación corresponde a los padres desde el nacimiento de la criatura, educar, lo que se dice educar, educan los progenitores, pero hay educaciones que educan para la mala educación, dijo, y me explico, añadió, y para explicarse acudió a un ejemplo, que extrajo de sus conocimientos sobre las revistas del corazón y de los programas divulgativos sobre la vida de los animales salvajes que le servían de dormidera para las siestas de los sábados, único día en que no había televisión basura por la tarde, y habló de cierto personaje famoso que acumulaba matrimonios como el que colecciona sellos, al que comparó con la mantis religiosa, que se come la cabeza del macho cuando este, y perdón por la expresión, dijo, se la está hincando, ¿es esto machismo o feminismo?, depende, según se mire, aunque antes habría que preguntarse si el macho sabe o no sabe que va a ser devorado por la hembra.

Y ahí se quedó Genoveva, sin haber conseguido contestar a la pregunta, porque el tiempo en la radio, según dijo la moderadora, pasa volando y el suyo era tan volátil como el que más.