En el error

                            I

Por un error de la naturaleza

o porque el buen Dios, que es más generoso

que sabio, de ese extraño y riguroso

modo lo ha dispuesto, la aérea destreza

 

de pensar le ha sido dada a una hormiga

de esta campiña, sólo a una. Su don

crispa, sacude, corrompe y fatiga

el orden rotundo, la perfección

 

estricta del hormiguero. Ya caso

no le hace nadie. Investigó en vano.

Cuestionó en vano. En vano propuso

 

reformas que cortaran el abuso

de la estricta jerarquía y el inhumano

método de su nación sin fracaso.

 

                           II

Casi abandonada por sus colegas,

como andan los locos entre los cuerdos,

sus juicios, emociones y recuerdos

viven ahora en noches graves y ciegas

 

o en extrañas selvas de indescifrables

voces y trastos rotos que en verdad

constituyen ruines y deleznables

mundos de efectos sin causalidad

 

y preguntas sin respuesta. La muerte

del amigo, las sombras del amor,

las reflexiones, el gozo y el dolor

 

de los otros, el poder de la suerte,

¿tienen una explicación razonable

o son, de tan simple, inexplicable?

                     

                      III

De sus tristes y solitarios paseos

a que la obligan no por el favor

de sus colegas, sino sus abucheos,

ha aprendido que quiere lo mejor,

 

y reivindica con toda la calma

posible dos ambiciones, las claves

de la ventura: volar tal las aves

y ser como el hombre y disfrutar de alma.

 

Poseeré alas y surcaré con ellas

los cielos –razona-, y en el invierno,

cuando por culpa de nuestro gobierno

 

deba estar encerrada y las estrellas

me estén prohibidas, dejaré las huellas

de lo que vi en un lírico cuaderno

 

                      IV

Ajena al sosiego de sus hermanas,

y aunque es como ellas, la extrema dureza

del hormiguero y su tenaz destreza

le parecen abnegaciones vanas. 

 

¿Cómo pueden trabajar sin descanso

habiendo música y existiendo el cielo?

¿Por qué renunciar al encanto manso

de la belleza o deslizar un velo

 

sobre el placer de pensar? No comprende

cómo consiguen con su organizada

existencia conformarse. No entiende

 

el dejar de existir y no ser nada

cuando otros disponen –si tienen suerte-

de una vida perpetua tras la muerte.

 

                                                                                            Juan Bosco Castilla