El señor Suelo

 

Yo me despedí y cerré la puerta. Pero nada más encajarla, una explosión de lucidez llenó la estancia de luz negra. Dejé el tablón de anuncios de pie sobre la puerta y eché a correr a sabiendas de que en mis piernas y solo en ellas se hallaba mi salvación: el señor Suelo había recordado borrosamente mi voz y al asociarla con lo que yo le había dicho sobre el departamento de jueces de paz había dado con mi identidad.