Una colosal mudanza

Aunque Tesa Mimo estaba desnuda, Yegoci no reparó en esa pequeñez, ni en el par de zapatos de deporte que había junto a la mesilla de noche, a los que sin embargo debió apartar para colocar sus propios zapatos como a él le gustaba.

–¿Y la perilla? –le preguntó Tesa Mimo para distraerlo.

–A partir de ahora van a cambiar muchas cosas, muchas –afirmó él mientras se quitaba los pantalones.

–¿Cómo cuáles?

–Como todo. Todo va a cambiar.

–Todo es demasiado, ¿no te parece? –le respondió Tesa Mimo sintiéndose un objeto más de esa colosal mudanza.

–Eso es lo que tienen las revoluciones: que todo cambia, y además de golpe. Y esta Revolución será la madre de todas las revoluciones. De eso me encargaré yo –dijo, y se tumbó en la cama sin echarle cuentas a que su lado estaba caliente. Por primera vez desde que se acostaban juntos, no se puso de lado para dormirse con el consuelo de las tetas de Tesa Mimo entre sus manos, sino que se tendió boca arriba y se durmió enseguida.