Libertad la Loba

Para empezar, se colocó delante de mí y de Altea y, yendo más allá de lo que prescribía la lógica del clima, se quitó su holgado jersey de lana, con lo que dejó que se entrevieran las admirables formas de su cuerpo. El paisaje era variado y magnífico y en él había recortes con la ausencia como fondo que llamaban la atención sobremanera, pero nada de lo que la Naturaleza o la mano del hombre podían ofrecer se acercaba ni remotamente a lo que atraía hacía sí el cuerpo de la Loba moviéndose por la vereda. «Esa mujer piensa y siente con el culo», me soltó Altea. Viniendo de una competidora sañuda, aquella afirmación debía entenderse como un halago. Pero esta narración quedaría pifiada si el lector únicamente sacara de ella una geometría perfecta, pues a las líneas y a los volúmenes de sus largas piernas, de su culo glorioso y de sus hombros rectos debe añadir la gracia de sus movimientos, si el lector, en fin, no apreciara en la Loba andando de espaldas un espectáculo completo, más hermoso aún que el paisaje y mucho más sugestivo.