La mirada divina

 

En aquellos años, yo no era consciente de que el reinado de lo explícito hacía casi imposible la seducción, ese arte y esa necesidad humana. Ni siquiera era consciente de que las malas caras y la seriedad que se veían por la calle eran evitables y de que la tristeza de la gente era consecuencia de la Verdad, pues la Verdad solo nos hace libres cuando existe el doble juego de la verdad y la mentira. Sin ese doble juego –ahora lo sé–, la Verdad es tan opresora como la mirada divina.